Humildad

—Mi buen caballo— intervino el ermitaño, que se había aproximado a ellos sin que lo advirtieran debido a que sus pies descalzos hacían poquísimo ruido sobre aquella hierba tierna y cubierta de rocío—. Mi buen caballo, no has perdido nada excepto tu vanidad. No, no, primo. No eches hacia atrás las orejas ni sacudas las crines ante mí. Si realmente te sientes tan humillado como parecía hace un minuto, debes aprender a atender razones. No eres el caballo magnífico que habías llegado a creer que eras, porque vivías entre caballos incapaces de hablar. Desde luego eras más valiente e inteligente que ellos. ¡Eso era así! Pero eso no significa que vayas a ser alguien excepcional en Narnia. No obstante, desde el momento en que sepas esto, serás un caballo muy decente, y aceptarás las cosas tal como vienen.


C. S. Lewis, Las Crónicas de Narnia, El caballo y el muchacho.

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