¿Por qué?

—¿Por qué no se acercó a mí? —susurró.
—¿Por qué? Porque... —Litvínov se apartó del camino e Irina le siguió en silencio—. ¿Porqué? —repitió una vez más, mientras su rostro enrojecía de pronto y un sentimiento semejante a la cólera le oprimía el pecho y la garganta—. ¿Me lo pregunta usted después de todo lo que ha pasado entre nosotros? No ahora, claro está, no ahora, sino entonces... entonces... en Moscú.
—Pero habíamos decidido, me había prometido usted... —comentó Irina.
—¡Yo no le he prometido nada! Perdone la rudeza de mis expresiones, pero me exige usted la verdad, así que juzgue usted misma. ¿Qué otra razón, a no ser la coquetería, que confieso no comprender; qué otro motivo, a no ser comprobar hasta qué punto sigue conservando su poder sobre mí, puede explicar su... no sé cómo llamarlo su insistencia? ¡Nuestros caminos son completamente distintos! Lo he olvidado todo, he superado ese dolor hace mucho tiempo, soy otro hombre; se ha casado usted, es feliz, al menos en apariencia, goza de una posición envidiable en la sociedad: ¿a qué obedece este acontecimiento? ¿Qué soy yo para usted, qué es usted para mi? ¡Ahora ni siquiera podemos comprendernos; ahora, no hay absolutamente nada en común entre nosotros ni en el pasado ni en el presente! ¡Sobre todo... sobre todo en el pasado!

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