La mujer mexicana en el siglo XIX

Revisando la Historia Parlamentaria del Cuarto Congreso Constitucional de 1868, me encontré con el siguiente discurso. En él se muestran aspectos de la vida cotidiana de la mujer durante el siglo XIX, como el ingreso a un convento y las razones que motivaban esa decisión. Pero lo que más llama la atención, es el reconocimiento como problema de la situación de la mujer en ese tiempo, y las intenciones por solucionarlo.
El discurso comienza por plantear que la mujer, a pesar de todo su trabajo como esposa o madre, no había recibido el reconocimiento que se le debía, es más, no contaba con la protección de la ley. Por sí sola, una mujer no podía sostenerse, viéndose obligada a depender casi por completo del hombre. Resulta irónico que el "pueblo mexicano" (como refirió Juárez en su discurso al Congreso en diciembre de 1867) estuviera diez años de guerra, en defensa de la Ley, para que a fin de cuentas, ésta no considerara la situación de la mujer (la mitad del "pueblo mexicano"), de una manera adecuada que le proveyese las condiciones para mejorar su situación.
¿Cuál era la propuesta del discurso? Simple, permitirle ser independiente, mejorando su educación e igualando su trabajo al de los hombres. La incursión de las mujeres en la medicina, por ejemplo, permitiría el desarrollo de la disciplina, para aliviar enfermedades de las que las mismas mujeres preferían callar a los hombres (y de paso morir).
En este caso, la propuesta vio su fruto apenas en 1872, cuando se fundó la Escuela de Artes y Oficios para mujeres, a fin de "hacer de la mujer un miembro activo del progreso, enaltecer su función de ser humano que trabaja y que se mantiene a sí mismo y despertar en ella el sentimiento de amor al estudio y al trabajo." Luego en 1890, se fundó la Escuela Normal para Profesoras, y en el ámbito de la medicina, fue hasta 1906 que Esther Luque Muñoz se graduaba con honores de la Escuela Nacional de Medicina en la Carrera de Farmacia.
Tristemente, a pesar de los logros, hoy en día el tema del discurso sigue vigente. A más de 100 años de haberse pronunciado, tenemos que el 75% de las mujeres entre 14 y 29 años son "ninis", pues las oportunidades de trabajo con que cuentan son en el sector informal, de baja calidad, inestables, de corta duración, sin seguridad social y con los salarios más bajos.
Además, si bien ahora la ley establece la igualdad de género y provee a las mujeres de derechos como ciudadana, la realidad es que aún es vulnerable. Basta señalar el incremento de 56.72% de los feminicidios en el Estado de México durante 2005-2010, muchos de los cuales han quedado impunes. A fin de cuentas, leer este discurso en el siglo XXI, nos demuestra que aún hay mucho por hacer.
En vano la sociedad hace alarde en todos sus actos, de la libertad e ilustración que ha conquistado, si a la mitad más importante y numerosa de la especie la condena a una dependencia necesaria de la otra mitad, bajo los espaciosos pretextos de su debilidad, de su educación y de la costumbre, sin advertir que la inteligencia no necesita fuerza, que la educación la recibe de nosotros, y que invocar la costumbre sería no avanzar un paso en la carrera del progreso.
¿Qué  es la mujer en nuestros días? ¿Cuál es su porvenir?
La mujer, señor, alguna vez es nuestra compañera, las más nuestra víctima; y casi siempre un ser anómalo, que no siendo cosa ni persona, depende de la protección y recursos de nuestro sexo. El trabajo de sus manos es insuficiente para sostenerla; está privada de los derechos civiles y políticos que la pudieran colocar en un empleo, o abrir para ella la carrera de las ciencias y las artes. No tiene la patria potestad, aunque lleva la mayor parte de sus obligaciones. No puede contratar sino con previa licencia. Su testimonio no vale en los casos más solemnes. Tiene que renunciar las segundas nupcias si que da tutora de sus hijos; y en fin, se le exigen todas las virtudes, porque la menor mancha empaña su reputación y la hace desgraciada.
Y en cambio, señor, de tantas exigencias, ¿qué le da nuestra sociedad? ¿Qué protección le dispensan nuestras leyes? ¿Qué paso se da para  mejorar su educación? ¿Qué beneficio le ha venido con la reforma, que ha sembrado de luto su corazón con la pérdida de sus padres, de sus esposos y de sus hijos? Fuerza es decirlo: por más que el hombre haya conseguido una conquista en la vía de la civilización, la mujer ha quedado de peor condición; porque se le cerró una carrera de las dos que tenía, con la supresión de los monasterios. Antes podía optar por el matrimonio o por el claustro, ya fuese conducida a éste por la vocación, por el despecho o por la conveniencia; pero siempre era un recurso para ella.
Ahora, no pudiendo subsistir por sí sola, por falta de elementos, se casa o se prostituye. He aquí lo que es la mujer y su porvenir.
Ni se diga que la acción de acusar al marido de adulterio, que le concedió una ley de reforma, mejoró su situación: porque son rarísimos los casos que se han dado y se darán, de que se haga uso de ese  derecho, mientras no le  sean otorgados en su plenitud sus derechos civiles.
Para conseguir esta independencia, mejorar la educación y combatir la costumbre, se necesita elevar el trabajo de la mujer hasta nivelarlo con el del hombre; y esto se conseguirá estableciendo escuelas o colegios de artes y oficios, y abriendo para ellas la carrera de las letras.
¿Qué defecto tendrá una mujer que, conociendo nuestra legislación, pueda obtener un título y abogar en nuestros tribunales, defendiendo sus propios intereses en los de su sexo? ¿Qué resultado dará para la humanidad, que la mujer pueda ser profesora en medicina y cirujía? Sin duda uno muy satisfactorio; y es que  multitud de enfermedades que se desarrollan por vergüenza de confesarlas al hombre y sujetarlas a su examen, se le revelarían a la mujer, que las curaría, perfeccionando la ciencia con los experimentos y sensaciones de su propia naturaleza.
Y respecto de las artes, ¿habrá algún inconveniente? ¿Valdrá menos un cuadro, una alhaja u otro artefacto elaborado por una mujer? Creo, por el contrario, que se perfeccionaría el gusto, que la mujer adquiriría una existencia propia, y el comercio recibiría un nuevo incremento.
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